Siempre se nos dio fatal escribir finales, ¿verdad, Noviembre? Cuántas historias interminables hemos dejado sobre la mesa hasta el momento…
Ahora tenemos que terminar este capítulo con una frase a la altura de las circunstancias. Ya sé que el ocho no es tu número favorito, pero tampoco he dicho que no vayamos a hacer un final abierto, así que deja de gruñir. Alecto es tu voz dormida, volverá tarde o temprano, es el eterno retorno. Vale, vale, nada de filosofía.
¿Entonces qué vamos a hacer?
Yo no tengo la voz, tú me la inventas cuando me dices que la tengo. ¿Qué te parece? Yo he puesto las palabras en tus labios cuando lo único que podías hacer era mirar de soslayo y pellizcar los límites de tus cicatrices hasta que volvían a sangrar. Me parece que no lo he hecho tan mal, así que este es el trato: yo seré tu voz hasta que te cures, y tú te esforzarás en recuperarte cuanto antes. Lo sé, para mí tampoco va a ser fácil, sabes que la racionalidad no es mi fuerte. Pero mírame, resulta que al final no soy un caso perdido, que también puedo aprender, aunque sea a base de golpes y sangrías, y nudos en la garganta al enfrentarme a miradas que me arañan por dentro. Menuda masacre, Noviembre. Quién nos lo iba a decir. Sí, te culpo a ti por rendirte; a mí por dejar que te rindieras. Nunca más, prométemelo. Tal vez esto era lo que necesitaba para terminar de darme cuenta de que ya no podemos estar la una sin la otra, pero joder.
No va a ser un final feliz, ¿me equivoco? En eso no hemos cambiado nada. Supongo que todo se reducirá a esperar que pase la tormenta, o que León vuelva a visitarnos, y hasta entonces poco podremos hacer. Escribir, comprendernos. Sí. Cruzar los dedos y confiar en que nuestro querido Caudfield se parezca lo suficiente a Ártax como para no renunciar a nosotras.
Lúcete esta noche, Noviembre.
Que fueron los ojos más bonitos que nunca vimos.

Yo he visto a Noviembre en sus peores momentos: dando tumbos por la avenida después de haber escapado de varias camas anónimas en la misma noche, borracha y herida, en una sutil alegoría de sábanas, angustia y sexo; agazapada en mi sillón gris con la mirada perdida en el horizonte donde convergía el eco del nombre de León; buscando los brazos de Ártax después de tanto tiempo para deshacerse en ellos de una vez por todas, aún sabiendo que jamás se lo permitiría. La he visto en sus peores momentos, y creedme, este de ahora sólo es comparable a uno. Mi pequeña Noviembre no quiere seguir peleando. Se cansa de escapar. De eludir responsabilidades. Sabe lo que tiene que hacer pero no quiere admitirlo, porque es demasiado fácil equivocarse. No, yo sé que no va a hacerlo, y la entiendo, después de todo. Incluso me parece razonable.
Esta mañana, entre una fina lluvia que calaba hasta los huesos (y el corazón), despertó con un estertor de muerte que me provocó escalofríos. Ya sabéis, ese temblor a la altura del pecho, y las taquicardias, y el oxígeno que se escapa. A quién no.
Mierda. Ni siquiera León se esfuerza en comprenderla, aunque sé que eso ha sido decisión de Noviembre, mujer gato para bien o para mal, en mayor o menor medida. Qué te están haciendo, dulce Noviembre.
Las noches de confesiones no son ni por asomo lo que solían ser. Ya no sé en qué momento aceptamos invertir los papeles, pero definitivamente no estuvo bien. Se suponía que debías enseñarme a ser valiente como tú, y ahora me veo sola y sin fuerzas tratando de mantener a flote apenas una sombra de lo que alguna vez fuiste. Porque si tú no estás, todo lo demás carecerá de sentido. Ellos no lo entienden, no pueden, y no se lo reprocho. Déjalos que configuren teorías sobre quién eres o dejas de ser, qué sabrán. En este aquí y ahora sólo importamos nosotras. Pero está mal. Ayer te necesité plena, y sin embargo permitiste que se me fuera de las manos. Yo no soy cualquier animal, te lo prometo, el método de ensayo-error no funciona conmigo. Me he caído mil veces, y volveré hacerlo de nuevo aunque sólo sea para destrozar esa aparente armonía circular que tanto odio. Necesito que me enseñes, y tú vas y pierdes la voz.
Eres mi metáfora preferida, y te estoy perdiendo, Noviembre.
Y yo me pierdo contigo.
Sin remedio.

Así que al final León ha decidido que vuelve a casa, ¿eh? Bueno, era de esperar. No, quiero decir, que tampoco podía quedarse aquí contigo para siempre, tiene que seguir con su vida.
Y tú, ¿vas a seguir con la tuya? No estoy segura de que quieras salir de esto. Al menos, no por tu propio pie. Siento atacarte de esta forma, pero joder, no sabes cómo me mata verte así, Noviembre. Déjate de tonterías, por favor. O abre la boca de una maldita vez y admite que sí, que provocas esa complicidad inconscientemente, pero que está ahí, y la odias, o te encanta, o vete a saber qué. Haz lo que te dé la gana, pero hazlo pronto, porque este juego empieza a cansarnos a todos, y yo no voy a abandonarte, no puedo, pero otros sí lo harán, y no será agradable.
Por favor, Noviembre, recupera la cordura.
Vuelve a ser tú, conmigo.
Por favor.

Perdona que ayer fuera tan brusca, Noviembre, pero entiéndeme, no puedo verte en esta situación, saber que has tirado la toalla, y quedarme indiferente. ¡Que has tirado la toalla! Tú, mi valiente Noviembre. Sé que es duro, lo sé, pero te he prometido que voy a quedarme contigo hasta que todo termine, no voy a dejarte sola ni un momento, así que tranquila. Nada puede durar para siempre, ¿verdad?
¿Sabes? A veces te miro y me acuerdo de cuando volvías a casa borracha los jueves de madrugada, como una mujer gato, antes de que León te atara una cuerda al cuello y te prohibiera salir a los tejados. Y es que es eso, Noviembre, te han domesticado a fuerza de caricias, promesas y noches en vela. Pero no creas que estoy culpando a León de lo que te ocurre, ni mucho menos. Esto es sólo culpa tuya. Sin embargo él ha asumido su parte de responsabilidad, y no estoy segura de si finge no saber la causa de tu enfermedad o es que prefiere ignorarla, pero sea como sea te besó en la frente y se acurrucó contigo en la cama, así que al menos podías haberte mostrado un poco más amable.
Noviembre, tienes que acabar con esto cuanto antes.
Esa mirada se te está empezando a clavar muy hondo en el corazón…

Mentirosa, Noviembre mentirosa. ¿Creías que podías tenerme engañada eternamente? ¿Que no iba a acabar dándome cuenta de lo que sucedía? Venga ya, como si no te conociera. He hablado con León, ni se te ocurra hacerte la sorprendida, y va a quedarse contigo esta noche. O hasta que mejores, ya veremos. Ahora me he enfadado de verdad. No sigas haciéndote la víctima, por favor.
Parece mentira, Noviembre. ¿Cómo ha podido pasarte esto a ti? Tú me dijiste…

Noviembre está enferma.
Se ha quedado sin voz.
Se acercó de madrugada a mi cama y me tocó el hombro suavemente hasta que me arrancó de mi último sueño. Incluso en la penumbra, apenas enturbiada irónicamente por la luz de gas que se colaba por las rendijas de la ventana, me percaté de que sus ojos parecían fríos y apagados. Allí, en mitad de la noche, la silueta de Noviembre se recortaba entre las sombras volubles, tenuemente rodeada por un halo de desesperación que me oprimió el pecho sin piedad hasta que me faltó el aliento. La habitación se expandió al tiempo que tomaba una bocanada de aire para liberarme de aquella desagradable sensación, y al contraerse de nuevo me pareció escuchar un chasquido, como un engranaje que se hubiera atascado. Sentí la respiración entrecortada de Noviembre cerca de mi mejilla, y un inmenso vacío a nuestro alrededor, en la escasa pero insalvable distancia que nos separaba, al otro lado de aquella paredes de escayola que sabían más que nadie de tragedias y acertijos. Y el silencio, el denso silencio. Como si hubieran olvidado darle cuerda al mundo.
Así que allí estábamos las dos, incapaces de reaccionar, buscando desesperadamente la forma de superar la barrera que nos impedía deshacernos en brazos ajenos. Quise abrazarla, Dios sabe que quise, y estoy segura de que Noviembre habría llorado de haber sido capaz. Pero fuese lo que fuese aquello que la había traído a mi habitación me impedía ofrecerle cualquier tipo de contacto físico. Yo temblaba de miedo. Ella se llevó una mano al pecho. Su corazón chirriaba, en serio. Después se dejó caer suavemente hasta quedar tumbada junto a mí, rodeándose el torso en un amago de defensa.
Esta noche Noviembre ha sido más etérea que nunca, y yo la he abrazado como si fuera (de) aire.
Noviembre está enferma.
Otro suicidio emocional.

Lo que él no sabía (Noviembre jamás permitiría que llegase a su conocimiento) era que en el fondo el instinto siempre resultaba más fuerte que la necesidad, y que su decisión de no pronunciarse en ciertos aspectos respondía, simple y llanamente, al sentimiento de responsabilidad que conllevaban. Que si aquel día en las escaleras se hubiera dejado volver a ser una mujer gato a todos los efectos, las cosas hubieran sido completamente distintas. Que habría apagado su sed a base de saliva, habría tocado cada nota de piano sobre sus costillas astilladas después de tantos golpes que le dio la vida.
Pero todos sabemos que Noviembre es, probablemente, el animal menos irracional que existe. Así que entró en casa, cerró la puerta a sus espaldas y,mientras observaba a través de la ventana el último ápice de sombra desapareciendo al girar la esquina, respiró hondo una sola vez.
El equilibrio es imposible, pero tratar de encontrarlo supone renunciar a ciertos placeres. Sorprendentemente, Noviembre parece tener escrúpulos.

Empieza a hacerse raro estar aquí, ¿no crees?
Noviembre, no puedes dedicarte a desencadenar huracanes y después esconder la cola entre las patas mientras te haces pequeña en un rincón de la habitación. Temblando. Mírate. Qué te han hecho, qué te has hecho. Ahora saben dónde tocar para que te duela, y las emociones son tu punto débil.
No me mires así, todos lo saben. Sensibilidad hipersensible, tú misma me lo dijiste, la primera mañana de resaca con el sol arañándote las pupilas. Parece mentira. Sólo se trata de hacer un poco de ruido, ¿no?
¿Por qué sigues tirándote por los suelos y abriéndote las heridas, pequeña Noviembre? ¿Por qué no has vuelto a llegar a casa de madrugada para darme lecciones sobre la vida, aprendidas a pie calle? ¿Por qué cada día que pasa te pareces un poco más a mí, en lugar de enseñarme a ser como tú? Ese era el trato, Noviembre.
Ahora todos lo saben, y tú estás acabada. Porque no eres capaz de explicarme lo que te cuentan sin palabras. Date un respiro, desahógate.

Ven a casa conmigo esta noche, Noviembre. Salvémonos.

Copyright 2010 Alecto
Lunax Free Premium Blogger™ template by Introblogger